De la mirada perdida, extraviada, sólo queda la usina interminable que genera aquél dolor, aquella lágrima partida, la cachetada repetida, el insulto, la cobarde oscuridad que ronda, la pesada tirantez de no saber, la estremecida anunciación de las campanas que tañen, repitiendo el eco de plegarias acalladas, las sirenas que no callan, que no callan, que no pueden silenciar el extravío de la voz,
la esperanza de curar.
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