sábado, 23 de noviembre de 2019

“Soplen rabiosamente autorreflexivos” / Presentación



El 15 de noviembre pasamos una preciosa noche en la Biblioteca Nacional, en la que junto a Riccardo Boglione acompañamos a Clemente Padin en el lanzamiento de su nuevo libro: “Soplen rabiosamente autorreflexivos” editado por Fabio Doctorovich y prologado por César Espinosa. Dos horas de charla y conversa sobre la poesía visual y la autorreferencialidad en el mundo del arte.




Aquí reproduzco el texto que oficia de contratapa: 

                …el fragollo tibio de todas las palabras
                 
                  (Los horizontes abiertos, 1969 / C.P.)



Clemente Padín abre este extenso panorama de la poesía experimental “Soplen rabiosamente autorreferentes” (cerca de doscientos autores y alrededor de cuatrocientas obras) con un trabajo icónico, el poema de Eugen Gomringer de 1954 que repite la palabra “silencio”. Cinco líneas horizontales, correctamente alineadas en las que se repite tres veces la palabra antes mencionada, salvo la tercer línea horizontal (que oficia como eje) en la que la segunda repetición se omite pero respetando su espacio. Finalmente el efecto visual se circunscribe a la palabra “silencio” rodeando un espacio en blanco. La ausencia de letras negras conformando la palabra repetida, terminan dándole al vacío el significado que ahora parece huidizo de la denotación que la propia escritura debería tener.
Padín se preocupa en generar unidades temáticas, vemos grupos de piezas que tienen puntos en común, golpes de efectos similares. Allí se encuentran dos obras que particularmente son paradigmáticas cuando hablamos de autorreferencialidad poética (además de ser buenos ejemplos del poder de síntesis de un poema visual) La primera pertenece a Mikel Jauregui, con una obra que recibiera el primer premio en el Certamen de Poesía Visual Juan Carlos Eguillor 2014. Allí el autor escribe con fuente Arial la palabra “Brisa” con la salvedad que la vírgula de la letra “i” latina esta desplazada por encima de la letra “s”. Ese sencillo corrimiento produce un efecto casi subliminal de movimiento leve, acorde al significado de la palabra usada. En el mismo bloque temático Padín incluye otro trabajo, un cartel de Felipe Boso (circa 1970) con una palabra escrita en imprenta minúscula de fuente Clarendon, que en la parte superior de la hoja dice “lluvia”. Aquí el detalle, el gag está dado en que la letra “i” latina está invertida y el punto de su serifa está mucho más abajo, como cayéndose de la palabra, como si fuera el inicio de una precipitación.
En el prólogo inicial de César Espinoza “PoieSIC…” quedan planteados de manera contundente los argumentos teóricos sobre este segmento poco explorado de la poesía experimental: el autorreferente. Ahora, gracias a esta extensa y laboriosa mirada, a este prolongado oficio de compilador, Clemente Padín nos permite ver-valorar la magnitud de esta línea de creación experimental en dónde (y bajo el riesgo de parecer tautológico) podemos aventurar al poema autorreflexivo como aquel que interpela su condición poemática. La interpelación tiene ese dejo imperativo, esa acción de exigir, de reclamar-se explicaciones, el poema se pregunta y responde al mismo tiempo su per se.  

Juan Angel Italiano




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